El caos anunciado por Jesús

Hay palabras del Evangelio que atraviesan los siglos y llegan a nosotros con una fuerza sorprendente. Jesús habla de guerras, revoluciones, confrontaciones y señales que hacen temblar al corazón humano.

No lo hace para sembrar miedo, sino para recordarnos que vivimos en un mundo marcado por la fragilidad, la inestabilidad y la falta de sentido cuando Dios no está en el centro.
Quien escucha estos anuncios desde lejos podría pensar que Jesús describe un futuro oscuro, pero en realidad está describiendo lo que el mundo se vuelve cuando se desconecta de Dios: un espacio donde el ruido vence al silencio, el egoísmo supera la fraternidad y la incertidumbre gana terreno.

Dios, el único capaz de poner orden

La Escritura nos lleva al principio para comprender el presente. Antes de la creación, “la tierra estaba desordenada y vacía”, sumida en un caos que parecía no tener forma. Es entonces cuando Dios interviene y, con una palabra, separa la luz de las tinieblas, las aguas de la tierra, el día de la noche. Donde no había nada, Él hace aparecer belleza, armonía y orden.


La enseñanza es clara: solo Dios puede poner orden donde el caos reina. Solo Él ilumina lo que el hombre oscurece. Sin su presencia, la vida pierde equilibrio, la sociedad se descompone, y la historia se rompe en mil fragmentos. Con Dios, todo se sostiene. Sin Él, todo se deshace. Esta dinámica no es solo cósmica o histórica; es profundamente personal. El corazón humano también experimenta este vaivén entre luz y sombra, entre paz y tormenta.

Volver a Dios, el camino hacia la paz

En medio de un mundo que cambia de un día para otro, donde las noticias parecen estar hechas de sobresaltos y donde las tensiones sociales y personales aumentan, Jesús nos invita a una pregunta decisiva: ¿de qué lado queremos estar? ¿Del caos que brota de la autosuficiencia o de la paz que nace cuando nos acercamos a Él?


No se trata de magia ni de soluciones instantáneas, sino de un camino espiritual que transforma desde dentro. Volver a Dios no elimina los problemas, pero ilumina su sentido. No borra las pruebas, pero da fuerza para atravesarlas. No elimina el dolor, pero evita que se convierta en desesperación.
Acercarse a Dios es permitir que su luz ordene el interior, que su palabra unifique lo que está roto, que su presencia sostenga lo que parece inestable. Cristo extiende su mano y nos dice: “Si permaneces cerca de mí, todo estará firme. Todo va a estar bien.” Y cuando Él lo dice, no es una frase de consuelo superficial; es la promesa de Aquel que venció al caos definitivo: la muerte.

La paz que vence al mundo

Hoy más que nunca, necesitamos escuchar esta verdad: la paz no viene del control, del poder ni de las seguridades humanas, sino de Dios. Es un don que desciende de lo alto, como el Espíritu que se posa sobre el mundo para sanarlo desde dentro.


El caos no es el final. La oscuridad no tiene la última palabra. La historia, la Iglesia y el corazón humano se sostienen en las manos de Aquel que es eterno.


Que este domingo nos ayude a mirar nuestro interior y reconocer qué partes de nuestra vida necesitan volver a Dios. Y que, al hacerlo, podamos experimentar la paz que el mundo no puede dar, pero que Cristo ofrece a quien se acerca a Él con confianza.