El fuego que transforma

Jesús no vino a dejarnos cómodos. Sus palabras en el Evangelio de este domingo son claras y exigentes: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!”.

Este fuego no es de destrucción, sino de amor, de purificación y de pasión. Es el fuego del Espíritu Santo, que arde para transformar nuestros corazones y nuestras vidas.

La fe cristiana no puede vivirse a medias, como una costumbre cultural o un barniz de prácticas externas. El Señor quiere discípulos encendidos, capaces de iluminar y contagiar esperanza, aunque eso signifique incomodidad y hasta división en las familias y en la sociedad.

El peligro de la mediocridad

El verdadero riesgo de nuestra vida espiritual no siempre son los grandes pecados, sino la mediocridad. Vivir en la tibieza, en la rutina, en un cristianismo de fachada que cumple con lo mínimo, pero que no apasiona ni transforma.

El Apocalipsis lo dice con crudeza: “Ojalá fueras frío o caliente, pero porque eres tibio, estoy a punto de vomitarte de mi boca” (Ap 3, 16).

La mediocridad espiritual apaga el fuego de Dios en nosotros y nos hace cristianos de compromiso parcial, incapaces de testimoniar la fuerza del Evangelio.

Decisión con “determinada determinación”

Santa Teresa de Jesús, gran maestra de la vida espiritual, hablaba de la necesidad de vivir con “determinada determinación”. Una decisión firme, sostenida y renovada cada día de seguir al Señor, cueste lo que cueste.

La fe no es un sentimiento pasajero, sino un camino constante de entrega y perseverancia. Y solo con una decisión firme se puede resistir a la tentación de acomodarse en la mediocridad.

El fuego que divide y purifica

Jesús mismo advierte que este fuego del Evangelio trae división. No porque Él quiera enfrentamientos, sino porque su propuesta radical no admite medias tintas. Quien decide vivir con pasión por Cristo incomoda al mundo, y muchas veces genera rechazo incluso en su entorno cercano.

Pero esa aparente división es en realidad purificación: la fe auténtica se distingue de la costumbre vacía, y el amor verdadero se separa del interés egoísta.

Para reflexionar:

  • ¿Arde en mí el fuego del amor de Cristo, o he dejado que se apague en la rutina y la tibieza?
  • ¿Qué áreas de mi vida necesitan ser purificadas por el fuego del Evangelio?
  • ¿Estoy dispuesto a vivir con determinada determinación, aunque eso implique incomodidad o rechazo?

 

El Evangelio nos recuerda que el cristianismo no es un adorno cultural, sino una decisión apasionada de seguir a Cristo con todo el corazón.

Pidamos al Espíritu Santo que nos encienda en su fuego, que nos libre de la tibieza, y que nos dé la gracia de vivir con alegría, radicalidad y fidelidad.

Porque el mundo necesita cristianos que ardan en amor y esperanza.