Jesús llega y María, con corazón abierto, se sienta a escuchar. Marta, preocupada por el servicio, se afana en los quehaceres. Finalmente, Marta se queja: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude.” Y Jesús, con ternura, responde: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando sólo una es necesaria.”
El peligro de la inquietud
No es el trabajo lo que Jesús cuestiona, sino la inquietud del corazón. Marta no ha perdido el rumbo por servir, sino por dejar que la ansiedad ocupe el lugar de la escucha. Es un llamado para todos nosotros que, aún sirviendo a Dios, podemos olvidarnos de estar con Él.
¿Cuántas veces vivimos así? Cumpliendo con nuestras tareas, respondiendo mensajes, corriendo de un lado a otro… incluso en el nombre de Dios. Pero sin detenernos. Sin respirar. Sin orar.
María eligió “la mejor parte”
María representa a quienes saben detenerse. Escuchar. Contemplar. Pero no como evasión, sino como fundamento. La escucha no es un lujo de los que no tienen nada que hacer; es un acto profundamente revolucionario en un mundo que premia el ruido y la productividad.
María no abandonó a su hermana: se puso en disposición de recibir la Palabra. Y esa es la raíz de todo servicio fecundo: dejar que Dios sea quien habite primero nuestro interior para que luego, desde ahí, sirvamos con paz y alegría.
¿Y si no elegimos?
Lo cierto es que todos llevamos a Marta y a María dentro. Algunos vivimos demasiado en la actividad; otros, nos quedamos en la contemplación sin pasar a la acción. El Evangelio no nos pide elegir. Nos pide integrar.
Una Iglesia viva no puede vivir solo de la oración, ni solo del activismo. Necesita ambas cosas. “Ora et labora”, decía San Benito. Y esa sigue siendo una consigna urgente para nuestro tiempo.
Una espiritualidad equilibrada
No se trata de hacer menos. Se trata de hacerlo desde otro lugar. Desde el corazón. Desde la oración. Si tu servicio te cansa, si tu fe se siente hueca, si ya no encuentras sentido en lo que haces… tal vez ha llegado el momento de “sentarte a los pies de Jesús”.
Y luego, como Marta, volver al trabajo. Pero renovado. Sereno. Acompañado.
El Evangelio no enfrenta a Marta y María. Las une. Como debería unirnos a nosotros la experiencia de la fe: contemplar y servir, orar y actuar, amar y transformar. Que nunca nos falte el tiempo para escuchar a Dios, y que nunca nos falte el deseo de servir a los demás.
